Las emociones: en el corazón del aprendizaje

Hay un hilo conector que durante muchos años pasé por alto: la emoción.

Durante mucho tiempo, comprendí el aprendizaje a través del lente de la planificación, la estructura y la creatividad. Creía en diseñar ambientes cuidadosos, en nutrir la curiosidad y en ofrecer a los niños bellas invitaciones para explorar el mundo. Lo que aún no comprendía era cuán esencial es la conexión emocional—no solo para el desarrollo social, sino también para el crecimiento intelectual.

Ese entandimientro comenzó a echar raíces cuando descubrí Roots of Empathy, un programa que replantea la manera en que nos relacionamos con la vida emocional de los niños. Por ese mismo tiempo, me conmovió profundamente el trabajo de Gabor Maté, cuyas ideas sobre las experiencias tempranas y su impacto duradero resonaron con fuerza en mí. Luego encontré la teoría de la cognición encarnada de George Lakoff, que propone que el razonamiento no ocurre a pesar de nuestras emociones y sensaciones, sino a través de ellas.

Ese fue un punto de inflexión para mí. Empecé a hacerme preguntas diferentes:

¿Qué pasaría si el aprendizaje ocurriera primero a través del vínculo, y no de la instrucción?
¿Y si la capacidad de razonar de un niño dependiera de qué tan seguro se siente, de cuán comprendido es?
¿Y si la sintonía emocional no fuera solo útil, sino fundamental?

Recuerdo un momento en el aula con un niño que no lograba permanecer atento durante la hora del círculo. Solía preguntarme si la actividad era demasiado larga o si debía cambiar el espacio. Pero algo me dijo que mirara más profundo—que observara lo que ocurría bajo la superficie, que escuchara más allá de la conducta... Así fue como comencé a generar un ritual de conección diaria. Cada mañana, al entrar al salón conducta su madre, ese niño recibía lo que comencé a llamar un ritual del amor. Intencionalmente, le dedicaba uno o dos minutos, dándole la bienvenida y ubicandome a la altura de sus ojos para restablecer el vinculo y fortalecerlo con preguntas. El mensaje era: te veo, eres importante para mí. También inicié sesiones personalizadas con la madre de ese niño y dedicamos mucho tiempo apreciando los dones que él demostraba así como nueves estrategias para andamiar su crecimiento. Así fue como ese niño comenzó a mostrar un cambio enorme en todas las áreas. Casi impensable…

Ese momento se quedó conmigo. Se convirtió en parte de una comprensión mayor: que las emociones no son algo que hay que “superar” para poder aprender—son la puerta de entrada al aprendizaje. La presencia, la sintonía y la seguridad emocional son la base de todo crecimiento cognitivo, creativo y social que esperamos inspirar.

Al comenzar a integrar esta sabiduría emocional con mi experiencia como educadora de la primera infancia, mi práctica empezó a transformarse. Dejé de “manejar” a los niños para comenzar a colaborar con ellos. Me volví más curiosa acerca de lo que enciende su interés, lo que calma su sistema nervioso, lo que invita al asombro.

Esta no es una historia concluida. Es un camino que sigue evolucionando. Y es un camino que quiero compartir—con madres y padres, docentes, cuidadores, y con todas las personas que creen en construir un mundo mejor honrando la humanidad completa de nuestras infancias.

No tenemos que elegir entre el desarrollo intelectual y el bienestar emocional. Cuando ponemos la conexión en el centro, nutrimos ambos.

Hay mucho más que quiero compartir. Pero por ahora, lo dejo aquí, y te invito a volver—para leer, reflexionar y caminar conmigo por este sendero donde el aprendizaje comienza con el corazón.

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